domingo, 10 de enero de 2010

Uno siente
que tras tantos poemas de amor,
malos, peores, fugaces algunos
como el tiempo de la infancia,
otros que aún arden en la fragua de mis noches,
que después de tantos besos rotos por la lluvia,
entregados en las encendidas esquinas del olvido,
empieza uno a sentir el corazón cansado,
hace balance del dolor de otra cintura,
y se pregunta qué se salvó al fin de los naufragios,
a qué orillas del recuerdo zarpó el amor,
y si para bien o para mal,
como ruinas después de un bombardeo,
queda algo aún serenamente en pie.

Yo no creo en el amor,
por eso ya no le dedico más líneas ni miserias,
por eso trataré de no regarlo más con llanto…
pero entonces vienes tú,
caricia inmaculada,
de no sé qué rincones del tiempo y del cariño,
de sueños que hace siglos mis sentidos
me prohibieron…
vienes para poblar mis más profundos laberintos,
vienes para anidar en el hueco de mis manos.

¡Cuánta luz devuelta a mis ayeres!
¡Cuánta dicha dada por perdida!
Ahora sé que valió la pena el tiempo
sin tus besos…

Pero nada tengo para darte
que te tenga a salvo de mis dunas,
que te aleje de las sordas colmenas de mi llanto…
nada, ni dinero, ni fama, ni fortuna,
nada salvo estos labios inundados de relámpagos,
el viaje que en la noche, mi pasión emprende sola,
nada, salvo el viento que mece mis banderas.

Aprenderé por tanto a quererte en secreto,
sin levantar sospechas y sin prisas,
sin albergar dudas. Aprenderé a quererte
en la distancia,
furtivamente y en silencio como un fantasma
que deambula en tu mirada,
como hace el gato a escondidas con la luna.

Y si llega el día que más temo,
en que tornes a mirarme
y a buscarme en el infierno,
y llorando destapes tanta farsa sin sentido,
si llega el día, digo, te besaré
en la frente tiernamente,
me morderé la lengua hasta que sangre,
y agarraré mi rumbo de castillos invisibles,
sólo por no arruinar tu amor entre suspiros.