miércoles, 21 de enero de 2009

Fe de erratas

Si alguna vez me creí solo,
si un día entre lágrimas dije estarlo,
o lo dudé o lo escribí o lo grité,
o lo callé o lo admití o lo esculpí
en el mármol de mis ojos,
si lo tuve tatuado
días atrás en mis muñecas,
ahora me desdigo,
rectifico,
pues nunca estuve ni estaré,
Travis,
tan solo como tú
¿me oyes?
nunca acudió la Soledad con su trampa
de silencio a mis portales,
nunca dio con mis postigos.
A diferencia de ti
yo salgo a buscarla cada noche,
voy a sus chabolas, sus polígonos, sus suburbios,
ando tras ella sin descanso
y la persigo allá donde ella vaya,
también en los estadios y en los cines,
también en las calles atestadas de gente,
la llamo en madrugada a ver si me hace caso,
pero es difícil, muy difícil…

¿acaso sabes tú lo que es estar solo?

No creo,
estar solo es no tener a nadie,
a nadie.
Y yo me esmero a veces por huir
de mis amigos, de mis novias y mis padres,
y de aquellos profesores que tan poco me enseñaron,
y de algunos idiotas que conozco…
pero ya te digo, es difícil,
casi imposible,
pues por más que corra y que vuele,
por más que escape, siempre hay alguien,
alguien que sí está solo y de verdad te necesita:
y yo en cambio me ensolo, me asolo,
me ensoledo
-como coño se diga-
ola a ola me desolo
como el mar en sus orillas,
y harto de solear,
solo
me quedo.
Después
vuelvo con los míos,
escribo o recibo algún mensaje,
salgo con alguno a dar una vuelta
con el coche por ahí,
y en un instante me olvido
del desierto
que soñé que recorría.

Pero existe ese desierto,
lo sé,
en él tropiezan sombras
que no encuentran salida.
Así que déjenme,
por respeto a ellos,
retractarme ahora de mis palabras,
permítanme que, aun tarde,
me desdiga.

Amalfi

Al filo de los mapas,
al sur de los andenes atrasados
del invierno,
brilla quieta,
perdida en ningún sitio,
escondida de las (in)útiles guías
de los hombres,
Amalfi,
duna de luz
cuna de nubes arrancada a los sueños.

Polizón de mil trenes,
tuve, para llegar a sus orillas,
que devorar afilada geografía,
áridos caminos donde hice de bandido,
pueblos fantasma donde nadie sale al paso,
viejas fronteras…
bordeé tras los pasos de Ulises el abismo
a través del sinuoso sendero de serpientes,
esquivé naufragios
y encumbré un golpeado mar de acantilados,
hasta dar con su hipnótica cintura adolescente.

Describirla es traicionarla,
nombrarla, ahogar su nombre,
pues cómo podrían, humildes,
las palabras
dibujar su hermoso desfile de gaviotas,
su bosque de fachadas azules y amarillas,
tangible, su horizonte.
De qué manera,
con qué inéditos idiomas
podría explicar su dulce calma,
la parsimonia con que huyen
como cojas tortugas por las cuestas
del tiempo, sus relojes,
y esa brisa que deslumbra
el alma en un suspiro…
cómo el sabor -dulzor
amargo- de infancia rescatada,
callado eco
de juegos en la plaza
del niño que un día fuimos.

Osados,
turistas en manada acribillan
el paraíso con sus flashes,
como si pudiera la belleza ser robada,
como si pudieran ciegos megapíxeles
almacenar ola a ola, el agua del mar,
las calles, los puertos,
el viento
que enmaraña mis recuerdos;
como si pudieran, ilusos, registrar
su son de caracola,
despliegan su arsenal de aparatos japoneses,
y se incautan de un copioso alijo de postales,
con que adornar los polvorientos
estantes de su tedio.

Perfecta en su latir,
parece fuera de los atlas,
calla
y es como si no estuviera ahí
sobre las rocas,
como si no estuviera hecha
de asfalto ni cemento,
sino de espuma,
de dulces pétalos de miel.
Más que una ciudad
bien parece un lugar
del corazón.
Por eso,
cada madrugada,
a bordo de mi almohada
he de volver,
a por las huellas
que en su arena dejé de mi alegría,
a por su voz de primavera
que florece en mis rincones.

Después de ver El David

Después de ver el David,
tras ser deslumbrado por su cuerpo de nube,
por el jazmín de sus ojos,
ya no sé,
dudo de si
sola
ahí arriba,
eres tú, luna,
llena o creciente,
inseparable satélite que acaricias nuestra órbita,
desordenas las mareas
e iluminas nuestros sueños,
o si por el contrario,
menguante,
cuna de estrellas,
no eres más que un golpeado trozo de mármol,
pétreo faro que custodias nuestras noches,
escultura de luz,
dibujada por indómita mano atrincherada
en un nido de palomas en las minas de Carrara.